Tuesday, December 05, 2006

María y el cinturón (Relato anónimo medieval)

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En los inicios del S. IX vivió María Martel. Nacida en el condado de Barcelona, sufrió la orfandad materna. Su padre, el señor de Martel, connotado matemático, fue solicitado por Alcuino para sumarse a la Aix-la-Chapelle, la escuela de Aquisgrán, y ante la imposibilidad de llevarla consigo en virtud de que los estudiantes eran sólo hombres nobles y jóvenes, decidió ponerla al cuidado de los sirvientes. Habiéndole prometido un pronto encuentro en Francia en cuanto le encontrara un buen marido, se despidió de su hija sellando su castidad, acto vergonzoso aunque necesario. Las lágrimas invadieron furiosas el rostro incrédulo de la joven por tener que portar en su púber cuerpo ese armatoste frío, amenazador.


A través de la ventana vio marchar a su padre con la castidad de ella en el bolsillo izquierdo. María pensó ir en su busca, si era preciso darle muerte para quitarle la llave y una vez liberada entregarle su castidad a todos esos nobles que, seguramente, fingían interés por las ciencias y el conocimiento. Se miró al espejo. Se quitó el camisón y palpó el cincho. Lo acarició como una señal de venganza contra su padre. Se acarició ella misma. Se acostó boca abajo, presionó suavemente la pelvis contra el hierro: la sensación fue diferente a la que le provocaban sus pequeños dedos durante las noches febriles de insomnio. Sobrecogida presionaba cada vez más, acompasada, repetidamente; la humedad llegó hasta las mantas. Ella juntó y apretó las piernas. Por primera vez no mordió sus labios para callar. María comprobó que la pieza de hierro ya no era tan incómoda ni fría. María se asumió como la nueva señora de Martel. Despidió a todas las sirvientas de la villa y se hizo acompañar a los paseos por sus sirvientes. Ellos la alimentaban y la vestían. Durante el baño le ofrecía su cuerpo a alguno y le permitía gozar de todo lo que no cubriera el metal, así como ella gozaba de los cuerpos masculinos que en la noche entraban a su habitación y a los cuales ofrendaba su boca y su canal rectal para que depositaran sus miembros e hiciesen de ella todo lo que, suponía, no sería del agrado de su padre. Por todo esto sus criados permanecían complacidos, fieles y silenciosos a pesar de que ya no eran los únicos, pues invitados y extraños visitaban la villa.


En más de una ocasión se ofrecieron a despojarla del cincho, pero María se negaba diciendo que tal acto era derecho de su padre o de su futuro marido. Sin embargo lo que no quería era prescindir de los gozosos orgasmos que el cinturón era capaz de proveerle en cualquier momento.


Vivió entregándose al placer hasta la edad de trece años en que su padre la llamó desde Francia con la intención de desposarla con el hijo de un conde que era su discípulo en el cuadrivium. No obstante, María pidió que la boda fuera austera, privada y en su tierra natal a la que acudió el susodicho pretendiente. Se realizaron las nupcias y en la noche de bodas una horda de amantes furiosos la defendió del intruso, a quien dieron muerte tras arrancarle la llave del cinturón.


A pesar de tener en sus manos la posibilidad de liberarse, María se negó. Siguió con su vida sin que su padre se enterara del incidente. Murió a los dieciocho años, viuda y casta.

1 comment:

Anonymous said...

Curiosa aportación.

El claroscuro del medioevo presente, sus tragedias y la picardía de esa 'cultura' naciente.

Bienvenido!

Greg.

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